JERUSALEN.- “Nunca lloré en el hospital. Es la primera vez que llanto”. A una semana del feroz ataque del especie terrorista islámico Hamas en el sur de Israel, Miguel Glatstein, un argentino que vive en el país desde hace más de dos décadas, sigue shockeado.
“Es un Holocausto, la muchedumbre está destruida, no puedo explicarte”, dice Glatstein, que no perdió su tonada porteña y trabaja como médico en la emergencia pediátrica y en el área de toxicología del hospital Ichilov de Tel Aviv.
Como casi todo el mundo aquí, él igualmente tiene una historia, una imagen imborrable, de ese sábado 7 de octubre que demostró que Israel no era esa fortaleza inquebrantable que siempre había pensado ser, sino que era desvalido, que no podía proteger a su muchedumbre contra cualquier amenaza.
De 50 primaveras y médico -recibido en la UBA y que fue reservista del Ejército israelí-, ese sábado en el que había seguido todo el día el drama de la incursión sorpresiva desde la Franja de Lazada a través de las noticiario, a Glatstein le tocó en carne propia palpar la atrocidad del ataque.