Llega puntual a la cita, después de caminar durante una hora por las calles de un Madrid caliente desde su casa hasta el elegante hotel donde nos encontramos. Viste ropa veraniega con una falda larga y una camiseta suelta y no usa maquillaje bajo su sombrero de playa. Aun así, el camarero la reconoce de inmediato y hace todo lo posible por complacerla. Sigue cuidadosamente sus instrucciones para preparar la “limonada” que pide, aunque no esté en el menú, y la somete a su evaluación como si Verdú fuera la juez de un concurso de cócteles. Ella sonríe, como si todo esto fuera normal, y charla animadamente con y sin grabadora presente, con esa confianza que se obtiene al encontrarse con alguien varias veces en el camino. Al irnos, el desconcertado camarero no confirma ni niega si añadirá la limonada Maribel Verdú a la oferta de refrescos del hotel como un toque distintivo. Quizás eso es lo que significa ser una clásica viva.
Premio, serie, película. Una gran cosecha en septiembre.
Y en octubre celebraré 40 años de carrera, ¡vaya cosecha! He pasado la vida cosechando porque he trabajado duro durante toda mi vida. A veces la cosecha es mala y otras veces es maravillosa. Pero cada año pienso que será el último.
¿Siente el síndrome del impostor después de tantas películas?
Te lo aseguro. Y no es falsa modestia. A veces pienso en los roles tan versátiles que he interpretado y me pregunto qué será de mí en el futuro. La inseguridad es parte de esta profesión.
Tuve la oportunidad de entrevistarla cuando tenía 16 años, antes de salir al escenario como doña Inés en una representación de Don Juan [le muestro un video del momento]. ¿Qué ve en esa joven Maribel?
Veo a una niña molesta y cursi, que quería hacer todo perfecto y complacer a todos. Pero también me da mucha ternura. Esa vocecita tan aplicada, tan tonta, tan entregada. Algo que no he perdido es la capacidad de emocionarme y esa pasión en todo lo que hago.
¿Nunca ha actuado por obligación?
No. Sé que he hecho cosas mejores y peores, pero nunca hago las cosas a medias. Me entrego completamente. El resultado final no solo depende de mí.
¿Qué se necesita para mantenerse 40 años en la cima de su profesión?
Suerte, resistencia y profesionalismo.
Eso se da por sentado.
No lo creas. Yo llego puntual, con el guion aprendido, con buena disposición, creo un buen ambiente con mis compañeros y no causo problemas. No todos hacen eso.
Debe tener algún rasgo diva.
Sí, admito que cuando termino de filmar no soporto que me hagan esperar. Es un cambio por otro.
Después de resistirse a filmar en el extranjero y en inglés, ahora no deja de hacerlo. ¿Qué ha cambiado?
La pandemia me cambió. Perdí todo el miedo en un instante. Una cosa es inseguridad y otra es tener miedo. Tenía miedo paralizante. Durante la pandemia, dos personas cercanas a mí casi mueren y me di cuenta de que somos vulnerables. En un hospital, con una bata, todos somos iguales. ¿Y voy a tener miedo de fracasar en un papel o recibir críticas negativas? No me importa, no voy a dejar de hacer algo por eso. Mi mentalidad ha cambiado. Solo tengo miedo de perder mi salud o la de mis seres queridos. Ahora tengo el control de mi vida.
Su papel como la madre del héroe en ‘The Flash’ se destaca por su “mirada latina”. ¿Qué significa eso?
Es una mirada amigable, apasionada y cálida. Los latinos somos familia. Nos abrazamos, nos miramos, hablamos, nos besamos. Yo soy como una madre. Andrés Muschietti me dijo: “tienes que mirar a tu hijo con cariño, dulzura y ternura. Tienes eso en los ojos de manera natural, no lo encontrará en una rubia de ojos azules”.
Hablando de besos. ¿Qué opinión tiene sobre el beso de Rubiales a Jenni Hermoso en el podio de Sídney?
Es un abuso de poder. Imagina que gano un premio Goya después de 5 nominaciones y el presidente de la Academia me agarra la cabeza y me besa en la boca frente al notario y a todos sin mi consentimiento. Sería inaudito. Siento que lo de Rubiales fue la gota que colmó el vaso. Estos abusos de poder ocurren en todos los campos laborales: en el cine, en el fútbol, en los periódicos, en los centros comerciales. Que estas acciones ya no sean toleradas es una gran noticia. Especialmente en un deporte y un espectáculo como el fútbol, que mueven masas. Es una lástima que las futbolistas no hayan recibido el reconocimiento que merecen como campeonas del mundo debido a este individuo.

Algunas actrices y mujeres en general se quejan de que, a partir de los 50, se vuelven “invisibles”. ¿Ha notado ese cambio?
Claro que lo he notado, las cosas no son como a los 20. Pero si me quejara de ser invisible, estaría mintiendo. Todavía me ven, y también porque siempre busco el protagonismo: me dirijo hacia la luz, que es casi todo en el escenario. Soy objetiva y sé que soy una de las tres o cuatro actrices que no han dejado de trabajar. Emma Suárez, que es un referente para mí, demuestra que se pueden cumplir años y seguir interpretando personajes importantes, interesantes y llenos de matices.
¿Se considera un referente?
En absoluto, no tengo esa sensación. No soy un referente para nada ni nadie. Quizás se deba a mis orígenes. ¿Sabes lo que es trabajar con Fernando Rey, con la Ponte, con Florinda Chico? He trabajado con esos grandes actores, he aprendido de ellos y los he despedido. Ahora soy la mayor en los sets de filmación. Y lo he aceptado de forma natural, creces dentro y fuera de la escena, es parte de la vida.
Ahora eres una clásica.
No, por favor, pero es verdad que algo ha cambiado. Muchos actores jóvenes no saben quién es Billy Wilder o no han visto El padrino. Pero hay otros que me superan. Mirela Balic, la actriz que interpreta a mi hija en Élite, tiene 24 años, habla cuatro idiomas y toca dos instrumentos. Por cierto, mi personaje en Élite es uno de los más interesantes que he interpretado, lo he disfrutado mucho. Mis miedos otra vez. Durante la pandemia, también, dejé de lado los prejuicios.
Dijiste que habías hecho el amor en una escena de cine antes que en la vida real. ¿Hasta qué punto tus experiencias personales han influido en tu forma de actuar?
El sufrimiento, la alegría, la experiencia, todo se refleja en los ojos. La mirada cambia drásticamente. Vi ese cambio en mis ojos por primera vez en la película El laberinto del fauno. Había pasado por dos años muy difíciles en España. Cuando volví al cine con esa película, me había vuelto más madura. Había muchas cosas en mis ojos.
¿Cómo superas esos obstáculos?
Eligiendo no convertirme en una persona amargada o resentida, eso es lo peor que puedes hacer en la vida: quejarte constantemente. La actitud y cómo afrontas los contratiempos son fundamentales.
¿Llamas si no te llaman para trabajar?
Quiero convertirme en productora ejecutiva y tengo algunos proyectos en mente. También tengo muchas ganas de trabajar con [Nacho] Vigalondo y con Coixet [Isabel], porque me han dicho que crean atmósferas increíbles y quiero formar parte de eso. Pero no puedo escribirles, me muero de vergüenza. No me salen las palabras.
Ahora te estás postulando.
Más bien me estoy declarando. Tengo la misma pasión como actriz y como espectadora o lectora. En lo bueno y en lo malo, magnifico todo. Ten cuidado conmigo, no soy alguien que se queda en el medio.
El camarero, al reconocerte, se ha sorprendido. ¿Tú también te sorprendes?
Sí, es muy dulce. No me gusta que me halaguen: me sorprende, me pone nerviosa y quiero meterme debajo de la mesa, pero aprecio el cariño. Sabes, hace un año me llamaron de un hotel que iban a renovar, querían decorarlo con retratos de iconos de Madrid: desde la Puerta de Alcalá hasta Alaska, y me pidieron permiso para poner el mío. Al principio me sentí extraña, pero luego me emocioné. Pensé: qué diablos, es verdad. Formo parte del paisaje.
¿Eres un clásico en el fondo de armario?
Exactamente, me encanta eso. Como actriz, soy como una blazer negra. Una de buena calidad, no esas baratas de poliéster. Nunca pasa de moda. Te saco del apuro, no te decepciono y, si me dirigen adecuadamente, resalto el conjunto.
ACTRIZ DE ‘ÉLITE’
Durante décadas, Maribel Verdú (Madrid, 52 años) se resistió a dar el salto al cine en inglés y a participar en producciones televisivas masivas, por diferentes motivos, pero no tan diferentes: el miedo. Miedo a no cumplir con las expectativas propias o ajenas, o a exagerar en su desempeño. Sin embargo, todas esas inseguridades desaparecieron durante la pandemia, y ahora Verdú se atreve y disfruta de todo. La niña que comenzó siendo la más joven en los sets de filmación ahora a menudo es la más veterana. Pero conserva, dice, la ilusión y el entusiasmo de una principiante.
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