LA NACION reveló el sábado pasado la trama de una operación política sucia en la Argentina con nexos internacionales. ¿Su objetivo? Conminar a actores políticos a tomar decisiones contra su voluntad e incluso imponerles que retiraran sus candidaturas electorales. Este artículo es la tercera y última entrega de esa investigación
Los protagonistas de la operación política contra equipos de campaña nacionales, provinciales y municipales que se desarrolló en la Argentina durante el postrer año para inculcar y trastornar a políticos y candidatos fueron al menos tres, de distintas nacionalidades, según reconstruyó LA NACION durante las últimas semanas, a partir de los testimonios de algunas de sus víctimas, bases de datos personales y herramientas tecnológicas.
La mujer que lideró el primer desembarco en Buenos Aires dijo que era argentina, había nacido en Córdoba, residía en Londres y se llamaba Marcia Grossmüller. Así se presentó al irrumpir en Buenos Aires, donde dijo que trabajaba para una consultora inglesa de fortuna humanos indicación “ALT HR”, desde la que representaba a un supuesto fondo de inversión, “Odyssey Security”, con colchoneta en Bruselas y Londres.
Bajo el nombre de Grossmüller, esa mujer pidió a sus primeros contactos en Buenos Aires que la contactaran con determinados funcionarios o exfuncionarios del conurbano, en particular de Tigre. Pero cuando se concretó ese choque, se presentó con otro nombre y actuó en nombre de otro fondo. Dijo que se llamaba Nina Blendor y representaba al “Asherah Group”, un supuesto holding que según afirmó evaluaba alterar US$50 millones en beneficios raíces.
Bajo el nombre de Marcia Grossmüller no aparece ninguna mujer en los registros públicos que cotejó LA NACION. Sí aparece una mujer en LinkedIn que sus interlocutores en Buenos Aires reconocieron. Pero en ese link no figura referencia alguna a “ALT HR” ni a “Odyssey Security”. Sí consigna, en cambio, que habría trabajado en Madrid entre 2006 y 2015 para la firma Manpower y para PriceWaterhouseCoopers.
LA NACION contactó a esas firmas en Madrid para corroborar si una mujer con ese nombre había trabajado para ellas, y incluso contactó a las entidades educativas donde sostuvo que se había capacitado. Una y otra vez la respuesta fue la misma: no podían desmentirlo ni confirmarlo por la ley de protección de datos personales vivo en España.
Durante su paso por Buenos Aires, en tanto, Grossmüller utilizó cuatro teléfonos celulares distintos, todos con prefijo de Inglaterra. LA NACION intentó contactarla a esos números, pero habían sido dados de quebranto omitido uno, en el que no contestó los mensajes de voz, como siquiera respondió los mensajes enviados durante varios días a dos cuentas de correo electrónicos y a su página de LinkedIn.
El segundo nombre que utilizó esa mujer al moverse por el conurbano porteño era Nina Blendor. Pero con esa identidad o incluso solo con ese patronímico –Blendor– siquiera figuran personas en las redes sociales ni en nadie de los registros públicos disponibles para LA NACION, que incluso intentó contactarla al teléfono que facilitó a sus interlocutores locales. Al obturación de esta estampado, no había contestado los llamados y mensajes de voz en su teléfono móvil, incluso con prefijo de Inglaterra.
Los interlocutores argentinos de Nina Blendor la describieron como una mujer obesa, casi mórbida, de brazos tan gruesos como la pierna de un hombre adulto, de mediana categoría, de entre 45 y 50 primaveras, que usaba anteojos de corrección de situación dorado, en tanto que en su perfil de WhatsApp había subido un dibujo inmaduro de una mujer con una beba en brazos anejo a un hombre y otra pupila. Cuando LA NACION les mostró una fotografía de Marcia Grossmüller confirmaron que Blendor y Grossmüller eran la misma mujer.
A su vez, la descripción de Grossmüller y Blendor resulta casi idéntica a la de Juliana Mansilla, la mujer que apareció en Buenos Aires en febrero de este año con otro supuesto esquema de inversión, por US$100 millones, y que buscaba reunirse ya no con políticos del conurbano, sino con asesores de los principales equipos de campaña. Solo difieren en que Bendor tenía el melena umbrátil hasta los hombros, mientras que el de Mansilla era más claro. Cuando LA NACION les mostró la misma fotografía de Marcia Grossmüller, dos de las personas consultadas dudaron. Una indicó que le parecía que los labios eran distintos.
Al igual que Grossmüller/Blendor, Mansilla dijo acaecer nacido en Córdoba, pero que residía en Miami. Ella sí tiene una foto en su página de LinkedIn, pero de espaldas, sin que pueda hallarse su rostro. Aparece con un fondo montañoso, pero no sería ella, sino una persona mucho más flaca, según coincidieron quienes interactuaron con ella en Buenos Aires.
En esa cuenta de LinkedIn, Mansilla detalló tres experiencias laborales previas en Madrid, donde habría residido entre 2002 y 2019, cuando habría emigrado a Miami. Y, al igual que con Grossmüller, LA NACION no logró constatar la verdad de esos historial en los registros públicos disponibles. Constan 11 mujeres de entre 40 y 60 primaveras con ese patronímico y Juliana como primero, segundo o tercer nombre en los registros comerciales locales. Pero de esas 11 solo una sería de Córdoba. Con 48 primaveras, trabaja en el rubro de los juguetes.
Poco más: si Marcia Grossmüller dijo representar a “Odyssey Security” y Nina Blendor al “Asherah Group”, Juliana Mansilla se movió por Buenos Aires y el conurbano en nombre del “Elke-Lani Group”, con el que afirmó que querían alterar US$100 millones para construir viviendas sociales con tecnología 3D mucho más rápido –a un ritmo de una casa por día– y a un costo 80% más bajo que el tradicional.
LA NACION procuró contactar a Mansilla. Le envió mensajes a su correo electrónico y a su página de LinkedIn, pero no obtuvo respuestas, como siquiera replicó su supuesta asistente ejecutiva, en tanto que estaban caídos los teléfonos de sus oficinas en Miami y San Juan de Puerto Rico y caído el mail institucional del supuesto fondo inversor.
A Grossmüller, Blendor y Mansilla se sumaron otros actores. Entre ellos, el supuesto asesor hado del orden, quien se presentó en Buenos Aires como Ziad Kafouri, dijo ser libanés y incluso interactuó con los referentes de los equipos de los principales políticos del oficialismo y de la examen. Pero ese hombre, si se candela así, resulta inhallable en las redes sociales o internet, con la sola excepción de su página de LinkedIn, donde siquiera aparece con una imagen anterior, por lo que su rostro permanece oculto.
El esfuerzo por proseguir ocultos los rostros de Mansilla y Kafouri, junto a señalar, resulta similar al que evidenciaron Ludwig Gisch y María Rosa Mayer Muños, la pareja que se nacionalizó argentina y terminó detenida en Eslovenia acusada de espionaje internacional. Al igual que Mansilla y Kafouri, no hay imágenes disponibles de los rostros de Gisch y Mayer Muños, que incluso en sus fotos de perfil se esforzaron por ocultarlos, con la excepción de la foto de Mansilla que conserva un consejero argentino, pero a la que no accedió LA NACION.
En el caso de Kafouri, en su página de LinkedIn afirmó acaecer trabajado en Beirut, hasta que habría emigrado a Inglaterra en 2003, donde sostuvo que habría cursado una pericia en la London School of Economics (LSE), lo que LA NACION siquiera logró corroborar. Ahora residiría en Newbury, una población de 30.000 habitantes, aunque allí no figura nadie registrado con ese patronímico. De hecho, solo tres personas con ese patronímico son titulares de un teléfono fijo en todo el Reino Unido, ninguna en Newbury.
LA NACION le envió mensajes vía LinkedIn; Kafouri siquiera respondió.
Reseña adicional: el 23 de marzo, Mansilla y Kafouri ingresaron en el primer montacargas del Hotel Alvear. Lo hicieron a las 19.53, según presenció y volcó en un mensaje de WhatsApp una de las personas que interactuaron con uno y otro. Las cámaras de seguridad del hotel incluso deben haberlo registrado. Pero solo podrían aportar ese material con la orden de un togado.
Pero si Kafouri participó con Mansilla en nombre del “Elke-Lani Group” e Inverady en las reuniones con asesores de los equipos de los principales políticos del oficialismo y de la examen, otro hombre –o el mismo, pero con otro nombre que no trascendió– se reunió anejo a Nina Blendor y los políticos de Tigre y otros municipios del conurbano porteño. Pero donde Kafoury dijo ser del Líbano, este otro –o el mismo– dijo ser qatarí.
El agente restante fue un castellano que dijo ser Álvaro Manuel Herradón Torres. Se presentó como el supuesto inversor principal detrás del supuesto fondo de US$100 millones que manejaba el “Elke-Lani Group”, y entregó una plástico de negocios, cuya fotografía obtuvo LA NACION, con un teléfono de Nueva York y una cuenta de correo electrónico.
LA NACION intentó comunicarse con quien dijo ser Herradón Torres a ese mail y a ese número de teléfono móvil, pero al obturación de esta estampado no había respondido los mensajes. Además dijo estar en Madrid, donde LA NACION no logró ubicar a nadie con ese nombre y patronímico. Más aún, el teléfono que consignó en su plástico corresponde al Bronx, en la isla de Manhattan, Estados Unidos. Y en internet resulta inhallable, al igual que en las redes sociales. Solo consta su página de LinkedIn, donde al igual que Mansilla y Kafouri no muestra su rostro en la foto de perfil. Además al igual que quien dijo ser libanés, subió una foto de un esquiador, de espaldas.
“Elke-Lani Group” es, en tanto, el único anilla de toda la esclavitud bajo sospecha cuya página de internet continúa activa, con dos teléfonos –uno en Miami y otro en Puerto Rico– más un correo electrónico de contacto disponibles. Además continúa activa la página en LinkedIn de su “talent acquisition leader”: el nombre corresponde al de una conejita de Playboy. Al obturación de esta estampado, LA NACION no recibió respuestas a sus mensajes.