Cierto día, cuando Pablo Forclaz tenía 12 primaveras, un amigo de la comunidad llegó a habitar a su ciudad, Villa Elisa, Entre Ríos. El hombre había dejado su tierra, Italia, para retornar a iniciar del otro banda del océano, poco que de inmediato despertó la intriga del beocio. Pronto comenzó a fantasear cómo sería para él habitar y crecer en otro país, conocer otros paisajes y absorber otras visiones del mundo. Las preguntas brotaron de su boca, quería enterarse todo acerca de Italia: ¿Qué había allí que Argentina no tenía?
Pablo pasaba tiempo en casa del nuevo componente de su comunidad, maravillado por lo diferente. Se sentaba con él a ver televisión italiana por cable (aunque no entendía nadie), leía los atlas ilustrados que el buen hombre había traído consigo, y memorizaba nombres: “Desde ahí me quedó ilustración para siempre el Valle de Aosta, que algún día iré a conocer para ver en vivo esas montañas que observaba en esos folletitos de los ‘90″, rememora. “Nunca me quise ir por circunstancias socioeconómicas argentinas, siempre fue más adecuadamente salir al colisión, a descubrir; era un sueño que llevaba desde irreflexivo”.
A medida que Pablo fue creciendo, otros destinos comenzaron a tomar forma a la par de sus deseos, tales como la ilusión de estudiar inglés y trabajar en Irlanda, o hacer Working Holiday en Australia.
El Valle de Aosta seguía en la directorio de sueños por cumplir, cuando Pablo conoció a quien se transformó en una de sus mejores amigas. Sucedió en Paraná, mientras estudiaba Turismo: “Había vivido en Alemania y me contó un montón de cosas sobre su experiencia”, revela. “Un día, en el 2012, nos `prometimos´ que viviríamos juntos en Alemania”.
“Logré concretar el sueño siete primaveras luego, tras mucho esfuerzo sindical y financiero. Para mi comunidad y amigos, sin requisa, mi valentía de irme a habitar a Alemania fue muy repentina y sorpresiva. No lograban dimensionar la distancia ni qué conllevaría. Conseguí casi de un día para otro el plata que necesitaba para tramitar la visa Working Holiday Alemania, en agosto 2019, y para noviembre 2019 ya estaba viviendo en Múnich con mi permiso tramitado”.
Al montar a Inglaterra -donde permaneció tres días antiguamente de continuar a Alemania- Pablo no experimentó la alegría que esperaba advertir. Desconcertado y envuelto por el temor, se dejó vencer por una punzante sensación de inseguridad. Lo más allí que había llegado a alucinar había sido un par de días a Brasil, a los 26 primaveras.
Arribó a Heathrow con miedo a que le rechazaran la entrada. A su vez, el inglés britano lo apabulló a tal punto, que buscó dónde sentarse unos minutos, necesitaba reflexionar y calmar sus nerviosismo que le jugaban una mala pasada, aun con sus primaveras de inglés a cuestas.
Llegó a Alemania en noviembre, de sombra. El frío lo golpeó con fuerza, dejando en evidencia su ropa inadecuada. El temor cedió el paso a una gran sonrisa, cuando por fin vio la cara conocida de su amiga, cuya voz le devolvió la tranquilidad: “Pero las luces muy tenues de las calles en Alemania me causaron un poco de tristeza, era poco que no me esperaba”, observa Pablo.
“Los tres primeros meses fueron de mucha incertidumbre, miedo a quedarme sin ahorros; cansancio por tener que descubrir todo desde cero y sin platicar una poco de teutón. Esos sentimientos negativos taparon un poco la ilusión de descubrir mi nuevo país. Era diferente que acontecer un par de semanas de ocio donde uno sabe cuándo vuelve a casa. Me acuerdo de dos ocasiones donde me encontré pensando: qué hago acá. Por qué me vine a un país donde no hablo el idioma y es tan grisáceo y frío. Me quiero ir. Fueron momentos feos que me alegra muchísimo ocurrir dejado antes”.
Por fortuna, el trabajo llegó, así como la posibilidad de explorar la belleza de Baviera, antiguamente empañada por los días grises del invierno y la incertidumbre. Con el paso de las semanas, Pablo se maravilló con el cuidado del espacio sabido, la valorización del patrimonio cultural y arquitectónico, las tantas fiestas tradicionales, la gran conexión de las personas con la naturaleza a pesar del tamaño de Múnich, una ciudad rodeada de bosques, lagos, ríos y montañas, lo que le permitió descubrir su pasión por el montañismo y el paddle surf en las aguas bávaras.
“Me impactó que, a pesar de ser un país del tamaño de un par de provincias argentinas y con casi el doble de población, la seguridad es altísima. Me llamó la atención el don de buena masa y el valía de la palabra, aunque tal vez ni te conozcan; la disponibilidad y variedad de transportes públicos para moverse; la estabilidad económica; poder administrar y alucinar varias veces al año; retribuir impuestos altos pero verlos reflejados en la sociedad”, continúa Pablo.
“Pero no todo es color de rosas. La burocracia es lenta y pesada; impactan la poca amabilidad y paciencia en la atención al sabido; la rigidez alemana que muchas veces no permite opciones alternativas; el `no´ factible de la compañía pública; los trenes a veces fallan o no pasan. En Argentina podés poner en marcha tu plan mañana si querés. En Alemania para hacerlo adecuadamente lleva tiempo, plata, papeles y no siempre es posible”.
“Y algunas cosas tienen muy poca deducción o son muy diferentes que en Argentina. Ejemplos: la carta en papel y el correo postal son más importantes que el correo electrónico y todo funciona en almohadilla a ellos. No se utiliza WhatsApp para trámites como en Argentina. La conectividad por internet o datos móviles en muchos lugares es muy mala. La forma de renunciar a contratos es muy complicada. Si compraste poco que no te gustó, se puede devolver así porque sí con sólo tener el ticket de importación. A la mínima rotura de poco, se cambia sin cuestionar. El desayuno distintivo puede ser salchichas blancas con mostaza dulce y cerveza. La cena típica de Nochebuena puede ser salchichas con ensalada de papas. Es bonito la cantidad de feriados religiosos que hay en Baviera (que en otros estados no) por ser un estado principalmente católico”, enumera con una sonrisa.
La pandemia azotó al mundo a los pocos meses de su presentación. Tal como le sucedió a muchos, Pablo fue despedido de su empleo. Tres meses luego, sin requisa, llegó la buena comunicado: lo querían de regreso. A pesar de la facilidad para percatar(se) trabajo, el proceso hasta poner los papeles en orden fue premioso. A la par, el argentino estudió teutón de forma intensiva y se enfrentó a un sinfín de desafíos personales y laborales, donde tuvo que equivocarse y retornar a intentar, una y otra vez.
Todo el esfuerzo comenzó a pesar la centro, cuando llegó el acto sexual, un teutón que desde el primer instante ingresó a su vida para ayudarlo, alivianar el tedio y disfrutar a la par de las tradiciones alemanas: “De hecho, nos casamos con vestimenta tradicional bávara y todos los invitados se vistieron igual, poco muy popular para fiestas familiares, casamientos o cualquier evento acá”.
“Gracias a él, este año voy a obtener mi ciudadanía y pasaporte teutón. Con algunos amigos en situación similar a esto le llamamos `el acto sexual de mi visa´, en chiste”, agrega Pablo. “Siempre digo que positivamente empecé a disfrutar de habitar acá, a tener la experiencia que siempre soñé, reposar adecuadamente y recuperar ahorros, un año y medio luego. Dependiendo de cuáles sean tus objetivos al expatriarse, puede tomar mucho tiempo sentirse en eje y satisfecho nuevamente”.
“Sin dudas, la calidad de vida no se compara en nadie con la que tuve al crecer. Vengo de una comunidad muy humilde del interior, con posibilidades muy limitadas. Acá se vive adecuadamente con muy poco, las casas o departamentos son muy bonitos, las ciudades se ven lindas y, en común, cuidadas, la seguridad es impagable (aunque por suerte en el interior de Argentina hay que preocuparse muy poco por eso), y la estabilidad económica me ahorra muchísimas preocupaciones o miedos”.
“No es factible hacerse amigo de un teutón con la amistad como la concebimos nosotros, pero una vez que te dan confianza, te abren su vida con mucho acto sexual. Por suerte, me he cruzado con mucha masa muy buena y dispuesta a ayudarme, empezando por la comunidad de mi marido (y él por supuesto), que fueron un pilar fundamental en mi integración social. Mi marido y sus amigos son masa muy amorosa, amable y abierta. El concepto de la frialdad alemana no es tal y como la imaginamos o nos cuentan”.
“En relación a las oportunidades, acá el que no trabaja es porque no quiere positivamente. Múnich es una de las ciudades del país con maduro concentración de empresas nacionales e internacionales de todos los rubros. Hay muchísima proposición sindical y profesional, sea con poca o mucha cualificación. La empresa en la que trabajo (casi desde que llegué) me dio la oportunidad de iniciar de cero en una civilización empresarial muy diferente a la que yo conocía, con un convenio en blanco, buen sueldo y ocio como corresponde, y me permitieron crecer profesionalmente. Es una empresa cordial y suficiente horizontal del rubro de la indumentaria deportiva”, continúa Pablo, quien se desempeña en atención al cliente para España.
“Al despabilarse trabajo acá hay que estudiar una nueva forma de hacerlo, respetando el estilo teutón para el CV, armando cartas de presentación personalizadas, a veces defender un caso de estudio ficticio en las entrevistas personales, hacerlo todo en código formal hasta que te permitan ser más informal (si se da). El respeto por la privacidad y el espacio personal es muy alto, y las condiciones contractuales en común están del banda del empleado, con mucha flexibilidad y facilidades para cuestiones de salubridad, ocio y vida llano”.
Dieciocho primaveras pasaron desde aquellos días en los que Pablo soñaba con habitar en otro rincón del mundo y hurgaba los tesoros del italiano que había escogido Argentina para habitar. Siete primaveras pasaron desde aquel día en su Entre Ríos originario, cuando pactó con su gran amiga habitar juntos en Alemania. Aunque nunca compartieron techo, hoy son vecinos en las extrarradio de Múnich.
El Valle de Aosta, mientras tanto, aún prórroga. Su maduro deseo, sin requisa, hace cuatro primaveras que se materializó. Pablo logró habitar en otro país, tras muchos tropiezos y lágrimas en el camino, así como sonrisas, amigos, acto sexual y visitas intensas a la Argentina.
“No son ocio porque siempre hay que tratar de ver a la comunidad y amigos a contrarreloj con los días y horas contadas, puede ser muy agobiante y al final sentís que no descansaste, sino todo lo contrario”, dice pensativo. “Volví dos veces y el maduro choque me lo llevé con los precios”.
“A las cosas buenas (en este caso en Alemania) uno se acostumbra muy rápido, y no me refiero tanto a lo material sino más adecuadamente a lo cultural o social, y retornar a Argentina puede ser pesado en cuanto al ruido y el movimiento en la calle, la desidia de valía en la palabra o el compromiso, tener más cuidado al deambular por la calle en Buenos Aires, y que no te quieran poner en marcha la inicio con los precios cuando saben que vivís exterior y ganás en Euros. Esto final es lo que más me ha frustrado o me ha hecho enojar cuando lo he vivido. La viveza criolla, sobre todo en Buenos Aires”.
“Lo más difícil de todo es despedir a la comunidad hasta la próxima (que nunca se sabe cuándo será). Lo más perturbado es `ir a casa´ en Argentina, y `retornar a casa´ en Alemania. Al final, es muy popular entre los expats advertir que sos centro de acá y centro de allá, y de ningún banda a la vez”, asegura. “Conociendo la forma de ser y la idiosincrasia de los diferentes países de Europa gracias a alucinar o, en mi caso además, gracias a mis colegas, ves por qué los argentinos somos como somos, lo bueno y lo malo”.
“Mi experiencia me enseñó que Europa no es el paraíso de la riqueza y la buena vida que todos imaginamos, donde todos son ricos y viven la vida loca. Acá además hay muchas dificultades, problemas y limitaciones”, reflexiona. “En Europa se juegan otro tipo de decisiones (como la extirpación) que pueden afectarnos no sólo a nosotros viviendo acá, sino al mundo impávido, y eso a veces da un poco de temor. Aprendí que viveza y corrupción hay en todos lados, sólo que tal vez acá un poco menos y hay que estar atentos de todos modos”.
“Y en el camino además aprendí a hacerme equivaler como trabajador y profesional. Aprendí un idioma más para la colección (el teutón) y a formar una comunidad adoptiva compuesta por amigos, para sentirnos todos más acompañados”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra examen sobre las culturas en el mundo. Propone averiguar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden nominar un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, sindical, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.