La construcción del enemigo, de Cristina a Milei

Durante una conferencia dictada en la Universidad de Bolonia, en 2008, el recordado semiólogo y escritor italiano Umberto Eco narró el asombro que le provocó la pregunta que una vez le formuló un taxista pakistaní en Nueva York: “¿Quiénes son los enemigos de su país?”, quiso asimilar cuando se enteró de que su ocasional pasajero venía de Italia. “Quería asimilar con qué pueblos estábamos en eliminación desde hacía siglos por reivindicaciones territoriales, odios étnicos, violaciones permanentes de fronteras, etcétera, etcétera. Le dije que no estábamos en eliminación con nadie. Con donaire condescendiente, me explicó que quería asimilar quiénes eran nuestros adversarios históricos, esos que primero nos matan y luego los matamos nosotros o al revés. Le repetí que no los tenemos, que la última eliminación la hicimos hace más de medio siglo, empezándola con un enemigo y acabándola con otro”, contó Eco. Pero el taxista, carencia satisfecho con la respuesta, seguía preguntando: “¿Cómo es posible que haya un pueblo que no tiene enemigos?”. Terminada la conversación, el ilustre pasajero, avergonzado de su indolente pacifismo, se bajó del taxi, no sin antaño dejarle al conductor pakistaní dos dólares de propina.

Tras ese extraño diálogo, Eco reflexionó que no era verdad que los italianos no tuvieran enemigos. En rigor –pensó– no tienen enemigos externos y, en todo caso, no logran ponerse de acuerdo nunca para lanzarse quiénes son, porque están siempre en eliminación entre ellos.

Tener un enemigo, según Eco, es importante no solo para concretar nuestra identidad, sino igualmente para procurarnos un obstáculo con respecto al cual cronometrar nuestro sistema de títulos. Por lo tanto, cuando el enemigo no existe, es preciso construirlo. Sin bloqueo, el propio autor de El nombre de la rosa advierte que la construcción del enemigo puede resultar manipuladora y peligrosa, porque simplifica la existencia, alimenta el arbitrariedad y fomenta la intolerancia en dirección a el otro.

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Si poco tienen en popular el kirchnerismo y Javier Milei es precisamente su tacto para construir enemigos.

La construcción del enemigo puede resultar manipuladora y peligrosa, porque simplifica la existencia y alimenta el arbitrariedad y la intolerancia

Para el kirchnerismo, la política no es otra cosa que una pugna entre discursos hegemónicos y, en función de las conocimiento que Cristina Kirchner ha tomado del fallecido filósofo y politólogo Ernesto Laclau, el avance en dirección a cualquier esquema revolucionario supone necesariamente dividir a la sociedad. Si perfectamente la historia argentina está plagada de antinomias y relatos, el kirchnerismo, detrás de un discurso supuestamente inclusivo, fue doble en delimitar las fronteras entre un “nosotros” y un “ellos”. Su más fresco enemigo simbólico no es otro que “la derecha”, una expresión en la que intenta fundir a sus opositores, a los que acusa de venir por “los derechos” del pueblo. El relato kirchnerista deriva en una pretendida antítesis entre “proderechos” y “antiderechos”, que sucumbe delante la propia existencia social: merced a las políticas populistas y a la colosal inflación, los derechos han pasado a ser pagaré muerta para demasiados argentinos privados de dignidad y confianza.

Milei, por su parte, ha construido su propio enemigo, “la casta”, un término bajo el cual agrupa a toda la dirigencia que pretende conducirse del Estado. Se negociación, a decretar por los resultados de las PASO que rompieron el bicoalicionismo, de una organización exitosa. Sin bloqueo, igualmente encierra limitaciones que, en los últimos días, se tornaron evidentes, a partir de las contradicciones desnudadas por el entrevista entre el líder redentor y el gremialista Luis Barrionuevo o los acuerdos en función de los cuales aparecieron dirigentes massistas en listas de candidatos de La Licencia Avanza.

Tal vez la imprecisión en la definición de “la casta” ayudó a la fuerza de Milei a disputarle votos de sectores medios y altos a Juntos por el Cambio, y votos de estratos medio-bajos y marginales al peronismo. Lo cierto es que el apoyo electoral al candidato redentor encuentra diferentes motivaciones. Muchos valoran su voluntad para terminar con “la casta”; otros aprecian la posibilidad de que su hipotético gobierno asuma la menester de una gran rigor fiscal que permita sujetar la presión impositiva, y hay quienes fantasean con una Argentina dolarizada, imaginando un horizonte de estabilidad que les permita ver incrementada su capacidad de peculio y consumo. Un postrero sector del electorado ve en Milei, y especialmente en su compañera de fórmula, Triunfo Villarruel, una reivindicación de las víctimas del terrorismo de Montoneros y el ERP, y de otros títulos puestos en duda durante la era kirchnerista, como el derecho a la vida frente al frustración voluntario, autónomo y sin cargo.

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El avance de Milei sigue provocando dudas en sectores empresariales. Es vistoso que en los encuentros que las primeras espadas del candidato en materia económica vienen manteniendo con inversores nacionales y extranjeros no solo haya consultas sobre las políticas que aplicará el candidato y la gobernabilidad, sino igualmente acerca de su estabilidad emocional.

La reacción anti-Milei se extendió a sectores de la Iglesia Católica, tras los duros calificativos del candidato redentor al papa Francisco –lo tildó de “representante del maligno en la tierra”–, y a un colección de 170 economistas de distintas corrientes que desacreditaron el plan dolarizador, al que consideraron un “espejismo” y “un inexacto caterva” que llevará a “una nueva y más dramática frustración”.

Pero el más vistoso de los movimientos anti-Milei estuvo entregado por la convergencia de intelectuales de diversas orientaciones en un documento titulado “Compromiso electoral: delante las amenazas a la democracia”, en el que se señala que el triunfo de La Licencia Avanza en las PASO constituye “una conmoción de los fundamentos del pacto tolerante instituido en 1983″. Este colección, en el que sobresalen figuras como Graciela Fernández Meijide, Beatriz Sarlo, Alejandro Katz e Hilda Sabato, anejo a otros 22 intelectuales, sostuvo que “la emergencia demanda una presencia masiva en las urnas” y propuso “un compromiso patente de las restantes coaliciones políticas para que “en la segunda revés, en caso de ser Milei uno de los candidatos finalistas, llamaran a sufragar a quien lo enfrente, quienquiera que sea”. Esto es, que Juntos por el Cambio convoque a sufragar por Sergio Massa y que Unión por la País llame a apoyar a Patricia Bullrich, si alguno de los dos queda fuera de un ballottage al que sí llegue Milei. Se negociación de una petición tan inimaginable hasta hace poco tiempo como de difícil cumplimiento por las dos fuerzas hasta hoy tan mayoritarias como antagónicas.

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Se advierte detrás de esa afirmación la esperanza de que el temor a la dietario de cambios radicales o a un brinco al infructifero impida la presentación al poder de Milei, generando una reacción como la que bloqueó el triunfo de la líder de la extrema derecha francesa Marine Le Pen delante Emmanuel Macron en 2022, o como la que imposibilitó meses detrás la reelección de Jair Bolsonaro en Brasil, merced a la alianza que Lula supo enhebrar con sectores de centroderecha. Sin bloqueo, el documento provocó numerosas críticas entre quienes consideran que es una invitación a excluir, al tiempo que pretende equiparar a una competición republicana como la que encarnaría Juntos por el Cambio con un populismo hegemonista representativo del kirchnerismo. Como señaló Jorge Sigal, en respuesta a los firmantes de la propuesta: “El populismo mileísta es consecuencia directa de su contracara kirchnerista. ‘Ustedes lo hicieron’, les dijo Picasso a los vándalos nazis cuando le preguntaron cómo había hecho el Guernica”.

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By devteam