“La verdadera placer es disfrutar del presente, sin ansiosa dependencia del futuro”, decía hace 20 siglos Séneca, “no para divertirnos con esperanzas ni miedos, sino para descansar satisfecho con aquello que tenemos, que es suficiente, ya que quien es así no desea mínimo”. La frase del filósofo nacido en la Córdoba romana le viene al pelo al neoyorquino Scooter Braun, de 42 abriles. Tanto que, a principios de esta semana, él mismo la compartía en sus redes. Viajando en helicóptero con amigos, disfrutando de los últimos coletazos de agosto, el patrón subía la frase a su Instagram en lo que parece un posterior intento de poblar con filosofía una compleja época en lo profesional, pero todavía en lo personal: la salida de su empresa de encargo de artistas, y por consiguiente de su vida, de algunos de sus más potentes representados, Demi Lovato e Idina Menzel y, al parecer, todavía Ariana Excelso. Su relación con Justin Bieber, cuya carrera gestiona hace tres lustros, pende de un hilo. Y todo ello mientras su archienemiga, Taylor Swift, logra evaporarse como nunca gracias a su multimillonaria paseo y a sus discos regrabados. Corren horas oscuras para Braun.
Aunque su sendero estaba afectado para ser el secundario en las historias de los ricos y famosos, Braun ha cogido ese status por sí mismo. Criado en Queens por padres judíos —sus abuelos sobrevivieron al Holocausto— y con cuatro hermanos, dos de ellos adoptados en Mozambique, Scott Samuel Braun siempre destacó como el delegado de la clase y, tras ocurrir por la universidad en Atlanta, por copular fiestas cada vez más brutales. Tanto que, en el mundillo hiphopero de la ciudad, acabó organizándoselas a famosos como Eminem o Jermaine Dupri, para quien trabajó durante cuatro abriles. La éxito vehemencia a la éxito y, cuando voló solo, se convirtió en representante de Usher (ahora su íntimo, se van juntos de holganza) o Kanye West. En 2007, cuando tenía 26 abriles, descubrió en YouTube a un chavalín canadiense de 12 abriles con flequillo cantando como los ángeles y decidió darle una oportunidad entre sus representados. Se llamaba Justin Bieber. El resto es historia.
Hasta ahora, y hasta donde se sabe en toda esta enrevesada historia de acusaciones cruzadas y limitada transparencia, Braun sigue siendo el representante de Bieber, que siempre le tiene presente en sus agradecimientos y sus fotos de Instagram. Sin incautación, hace un par de semanas varios medios especializados en entretenimiento en EE UU aseguraron que el dúo profesional había decidido dividir sus caminos. Ellos lo negaron, pero ciertos medios como Puck siguen sosteniendo que “hay abogados implicados”, que Bieber —que lleva 30 meses sin editar música y ha cancelado su paseo por enfermedad— tiene “letrados, agencia y agente de negocios nuevo” y que el dúo exquisito lleva meses sin hablarse. People asegura que el cantante lleva seis meses trabajando en canciones nuevas y que ni Braun ni su empresa, SB, “han estado presente en una sola sesión de reproducción”.

Carencia es claro, pero quien sí parece que ha nacido del club Braun es Ariana Excelso, que empezó con él en 2013 y ya se marchó, durante unos meses, en 2016. La de Florida lleva meses trabajando más como actriz, en el rodaje de Wicked, que como cantante: su posterior tema es de octubre de 2020. Medios como Billboard o People dan por hecha su salida. “Ha sido amistoso, pero ella ya le ha superado [a Braun] y está emocionada con su nuevo rumbo”, afirma una fuente cercana a la actor a People. “Sí que hay negociaciones en marcha a causa de los contratos, pero ha sido votación de ella. Es el momento de poco nuevo”.
Excelso se une a una tendencia que ya empezó en mayo el rapero J Balvin marchándose de SB, y que estos días siguen Demi Lovato e Idina Menzel. Ayer, representantes de Carly Rae Jepsen, BabyJake y Asher Roth confirmaban a la agencia AP que esos artistas ya no trabajan con Braun. Lovato empezó con él en 2019. ”No podría estar más acertado, inspirada y emocionada”, afirmaba entonces, “gracias por creer en mí”. “Me siento, nos sentimos, muy honrados, bienvenida a la comunidad”, respondía Braun, con quien ha audaz dos álbumes de éxito; en septiembre llegará un tercero, un recopilatorio de sus grandes éxitos en interpretación rock. Menzel, suerte de Broadway y la voz de Elsa en Frozen, todavía empezó con él en 2019, pero lleva desde enero apartada de SB, según The Hollywood Reporter.

La trayectoria de Braun genera mucha curiosidad y ciertos odios. En los últimos abriles se ha convertido en uno de los personajes más polémicos de la civilización pop por su enfrentamiento con Taylor Swift, devenida en los últimos tiempos en una de las estrellas más poderosas del mundo exquisito, con una paseo de más de 100 conciertos y año y medio de duración que generará mil millones de dólares. Swift, que empezó su carrera de adolescente, firmó un abusivo resolución a los 15 abriles que decidió romper en 2018, con 29, para marcharse de su compañía auténtico, Big Machine Records, y dar el brinco a Universal Music. Entonces Scott Borchetta, el dueño de la empresa, pasó todavía a ser propietario de todos los masters de la actor, es asegurar, de sus canciones y derechos de autor de las mismas, ya sea en forma de literatura, grabaciones o vídeos. Es asegurar, de todo lo que le pertenecía entre 2006, cuando lanzó su primer elepé, y 2017, con el sexto. Ella asumía que eso podía aparecer a ocurrir. Lo que nunca imaginó es que no iba a tener oportunidad de comprar ese catálogo y que, meses a posteriori, Braun se haría con Big Machine por 300 millones de dólares, unos 265 millones de euros; la fracción del valía de esa transacción era por el trabajo de Swift.
La ira y el dolor mostrados por la actor fueron inmensos. En una larga carta en la ya casi olvidada plataforma Tumblr, Swift lloraba porque Braun se quedaba con todo, “la música que escribí en el suelo de mi habitación y los vídeos con los que soñe, que pagué de mi fortuna, que gané tocando en bares, a posteriori en clubes, a posteriori en salas, a posteriori en estadios”. “Ahora Scooter me ha despojado del trabajo de toda mi vida, que no me han regalado oportunidad de comprar. Básicamente, mi dote musical está a punto de quedarse en las manos de quien lo ha querido desmantelar”, afirmaba, acusando a Braun de “acoso manipulador incesante durante abriles”.
“Cuando dejé mis masters en manos de Scott, tuve que admitir que podría consumir vendiéndolos”, reconocía. “Ni en mis peores pesadillas me imaginé que el comprador sería Scooter. Cada vez que Scott Borchetta ha escuchado su nombre en mi boca, estaba o llorando o intentando no hacerlo. Sabía lo que estaba haciendo, los dos lo sabían. Controlar a una mujer que no querría asociarse con él. A perpetuidad. Eso significa para siempre”. El rizo terminó de rizarse cuando Braun vendió el catálogo de la actor año y medio a posteriori al familia de inversión Shamrock Hacienda por 405 millones. Le había costado 140.
Ni Swift ni sus fans se lo perdonan. La actor pronunció un duro discurso contra él en la entrega del premio Billboard como mujer de la período en 2019, criticando que la música se pudiera comprar “como si fuera un inmueble o unos zapatos”. “Me pasó sin mi aprobación, consulta o consentimiento”, afirmó, acusando a Braun de ser “la definición del privilegio de la masculinidad tóxica en la industria”. “La multitud me dice: ‘Pero siempre ha sido amable conmigo…’. Claro que lo es. Si estás en esta sala, tienes poco que necesita”, afirmaba, sin pizca de ironía. Tras ello, la de Pensilvania cerró ciclo, dejó a Braun fuera de él y decidió recuperarlo todo regrabando esos seis discos en su propia interpretación, reglamentario a partir de noviembre de 2020. Lleva tres; el cuarto, 1989 (su año de arranque), saldrá en octubre. Le desidia el primero, Taylor Swift, y le desidia el posterior, Reputation. Le desidia recuperar su nombre; le desidia recuperar su reputación.
Unos pocos fans de la actor, en ocasiones, van más allá. En el perfil de Instagram de Braun, personal y con casi cuatro millones de seguidores, hay decenas de comentarios en cada foto, suba lo que suba, de swifties furiosos que le atacan. “No te va a citarse música que robar”, le escriben inmediato a una puesta de sol. Los comentarios rozan el exceso. En una foto de su hija, de espaldas, este verano, había quien escribía: “¿Igualmente le vas a robar su música?” o “Ya se dará cuenta de que eres una mala persona”. Él conoce ese odio y, según ha público su círculo cercano, quiere sacudírselo. Hace unos meses reconocía, por primera vez y de forma fantástico, que se equivocó a la hora de diligenciar la transacción de los masters de Swift y que fue, quizá, “arrogante” en su planteamiento.
Pero en Braun el silencio es la constante. El hermetismo es su máxima, todavía ahora, en esta oleada de abandonos de sus representados de la que no hay luz. Los protagonistas mínimo confirman, su círculo es cerrado. Braun se permite, incluso, bromear al respecto. “Informe de última hora: ya no me represento a mí mismo”, tuiteaba, irónico, el pasado martes. En ingenuidad, en parte, esa es la cuestión. Que Braun ya no es el manager de todo ese artisteo porque ya no es, simplemente, un manager.
Breaking news… I’m no longer managing myself
— Scott “Scooter” Braun (@scooterbraun) August 22, 2023
Todo se remonta a cuando, en abril de 2021, vendió su empresa al familia coreano Hybe, especializado en k-pop; una operación por la que se embolsó poco más de mil millones de dólares. El mentor delegado de la empresa se marchó tres meses a posteriori pero ha sido este junio cuando Braun se convirtió en el presidente de la firma, valorada en más de 11.200 millones de euros y con gigantes como el familia BTS —ahora en una pausa artística— entre ellos. Unas labores que no le permiten estar tan presente en las carreras de sus representados. “Lleva abriles saliendo del mundo de la representación artística, esa es la historia”, aseguran fuentes cercanas a él en Variety.
Braun ya no es el mismo que en 2017 pudo organizar en un par de semanas el concierto benéfico One Love Manchester tras el atentado en un recital de Ariana Excelso, ni el que montó una asociación para construir escuelas, fundada por su hermano Adam. Ahora es un patrón divorciado —de la religiosa de sus tres hijos, en 2021, tras siete abriles de alianza— y con dos casas: una en las colinas de Hollywood de más de 18.000 metros que le costó 65 millones de dólares hace un par de abriles; y otra en la lujosa Montecito, a dos horas al ártico de Los Ángeles, con la Alhambra como inspiración y que le compró a Ellen DeGeneres por 36 millones el año pasado. Tienen piscinas, cines, bodegas, patios. Lo malo es que ya no le queda tiempo para hacer fiestas. Ni casi amigos artistas que las ambienten.