La primera vez que Miguel Escobar vio a un huemul sintió poco verdaderamente exclusivo, que todavía hoy no logra concretar con palabras precisas. Poco que, dice, no deja nunca de observar cada vez que está cerca de este enigmático animal autóctono de la Patagonia que está en peligro de acabamiento. “Hay una transmisión energética, es un ser vivo que no te tiene miedo, que te mira de igual a igual y que podés hacer contacto visual; son instantes en los que compartís el mundo con otro ser vivo que transmite paz y trascendencia”, dice, y sentencia: “Perderlo no parece demasiado inteligente”.
A esa conclusión llegó luego de hurgar y hurgar por las tierras patagónicas, su lado en el mundo. Ayer de conmover a Detención Río Senguer para encontrarse con el huemul y crear una ONG que tiene el único centro de recuperación y reintroducción de esta especie, Miguel fue formando una conciencia ambiental ligada a un profundo acto sexual a su tierra. Nacido y criado en Diadema Argentina, un pueblo fronterizo a Comodoro Rivadavia “inventado” por la Shell Company, hijo de padre argentino y causa chilena, Miguel pasó su infancia en el campo de su antepasado Lucio, donde había un pozo petrolero tradicional.
Allí experimentó la transición de una producción tradicional a un sistema de recuperación secundaria, que causó un daño significativo al dominio. La perturbación fue total. “Todos los lugares donde había pasado mi principio fueron destrozados por las máquinas. Cada vez que se perforaba un pozo quedaban al ganancia piletas de petróleo, empezaron a vencer aves de forma intranquilizante. Fue un escándalo”.
Atribulado, decidió mudarse a la población de Sarmiento, en Chubut, a orillas de los lagos Colhué Huapi y Musters, donde trabajó como docente durante 15 abriles. Hasta que en 2010, el destino llamó a su puerta. “Me topé con esta historia”, resume. Por ese entonces, Miguel trabajaba para la Universidad Doméstico de Patagonia, donde había hecho la diploma en Turismo. La municipalidad de Detención Río Senguer lo contrató como fotógrafo para hacer un archivo que se iba a utilizar para confeccionar folletos de paisajes patagónicos. “Allí me encontré con que el intendente quería gestar una reserva en la zona del lagunajo Fontana para proteger el huemul”, recuerda.
A pesar de su condición de patagónico, nunca había tenido demasiado vínculo con la problemática de esta especie amenazada. “El destino me trajo los lagos Fontana y La Plata para ayudar a crear este parque, en 2013, cuyo nombre ‘Shoonem’, en jerigonza aonikenk significa huemul”, explica. “En esta zona, según los investigadores, había una gran población de huemules”, advierte.
Miguel empezó a caminar y caminar por la zona para poder hacer un relevamiento de los animales. “Anduvimos mucho, pero no había caso…. no podía verlo: es una figurita muy difícil”, dice, entre risas.
Mientras tanto, iba conociendo de a poco la historia completa de este animal que fue calificado como el “sombra de la Patagonia”. “Siempre fue un enigma el huemul”, resume. “Es uno de los dos ciervos autóctonos de la Patagonia, inmediato al Pudú; habita espacios en los bosques y en la transición con la estepa. Los primeros exploradores de esta tierra núcleo se lo encontraron ahí”, revela.
El huemul no empezó a tener problemas con la conquista contemporánea y con la aparición de las estancias, sino que ya eran cazados por los grupos de nómades que vivían en la zona, tehuelches y canoeros, que usaban sus cueros para vestimentas.
“El huemul tiene una forma de ser que se acerca un poco a la mansedumbre, a diferencia de otros cérvidos que escapan con la presencia humana”, explica Miguel. “El huemul se queda tranquilo, no registra al hombre como amenaza. Te podés avecinar en un rango de cuatro o cinco metros. Esta posición hizo que no sea un animal más”, agrega, fascinado.
En una excursión a Torres del Paine, inmediato a otros investigadores, finalmente pudo estar cerca de un ejemplar. “Tuve la suerte de compartir unas cuantas horas”, cuenta. Desde entonces, su vida tuvo un libramiento. Ya no podía desentenderse de lo que él flama “la cuestión huemul”: “Uno siente una anímico distinta y hay que meterle compromiso”.
Este universo de sensaciones impostergables se materializó en la creación de una fundación, que llamaron Shoonem, cuyo objetivo principal fue reponer a una pregunta de pulvínulo: ¿por qué se muere el huemul? “Dimos con dos personajes secreto en esta historia, Werner Flueck (investigador suizo) y Jo-Anne Smith (investigadora norteamericana), que estudiaban el mundo huemul”. Hasta entonces, dice, era todo un mar de mitos: que lo atacan los perros, la caza ilegal, la competencia del ciervo colorado. Nadie convencía, ni estaba probado.
El quiebre investigativo se produjo gracias a la autorización de la Dirección de Fauna de la Provincia del Chubut para colocar radiocollares en algunos ejemplares. Una intrepidez pionera en el país. “Lo primero que detectamos fue la marcha de dientes en animales jóvenes, principalmente los ramoneadores que son los que usan para acelerar las plantas”, cuenta Miguel.
Entonces notaron que había un patrón de problemas en las bocas y de osteomielitis generalizada. El maxilar era el lado más dramático, con infecciones y canales.
Hubo un ejemplar, mojado “Sin dientes”, al que lograron seguir durante dos abriles y que les permitió vislumbrar una posible respuesta a la pregunta auténtico. “Luego de su asesinato, lo estudiamos y entendimos que había vivido una vida de dolor, con infecciones terribles, con un canal que le había provocado sinusitis, lo cual le afectó el olfacción, que es un sentido secreto para la supervivencia”.
Con el tiempo, detectaron que los problemas dentales se evidenciaron en más del 50% de los animales que auditaron. “Entonces dijimos: acá hay un patrón, una punta para explicar la acabamiento”. Las investigaciones apuntaron a la fragilidad del medio dominio en la cordillera, que carece de nutrientes esenciales para la sanidad de los huemules. La yerro de minerales como selenio, yodo, magnesio y cobre afecta su fijación ósea y su capacidad reproductiva, lo que representa una amenaza existente para su supervivencia.
“Este es uno de los grandes debates detrás de la cuestión huemul”, avisa Miguel. La Fundación Shoonem postuló que, en función de estos indicadores, estaban “en presencia de un animal refugiado en el bosque”. Esto movió la estantería. Por primera vez cierto aseguraba que el huemul no era esencialmente un “animal del bosque”.
De hecho, como parte de la investigación para el texto que escribió en tándem con Flueck y Smith, “EL HUEMUL-SHOONEM, madera que se mueve/re”, Miguel se encontró con el trabajo realizado en la zona por un geógrafo teutónico, Hans Steffen, quien había llegado al país para hacer un relevamiento en el situación del conflicto vecino entre Argentina y Pimiento, en 1902. “Steffen hace una descripción de las cuencas, ahí deje de los huemules, dónde los vio, dónde encontró pisadas… ¿y adónde se los encontró a todos juntos? En la transición de la estepa y el bosque. Fue un gran hallazgo”, dice Miguel.
“Concluimos que lo que había perdido era su invernada y veranada, y quedó atrapado en su veranada. No puede apearse porque hay estancias, caza y perros. Se queda ahí adentro, su descendencia nace ahí adentro del bosque y pierde su memoria migratoria, como lo hace guanaco y hasta el yeguada doméstico”, detalla. Si perfectamente esta idea es discutida, ya que no todo el mundo normativo la acepta, para Miguel “lo mejor que puede tener lugar es debatirlo, así mantenemos viva la preocupación por el huemul”.
Con este diagnosis en mano, fueron por otra idea de descubierta y pidieron autorización a Fauna para hacer un centro de toril y semi-cautiverio. La idea era crear un espacio fértil en el zona para tratar de aumentar la población de huemules porque la situación es verdaderamente crítica: se especula que en Argentina quedan 500; en Pimiento, 1500.
Shoonem se asoció con la Fundación Temaikén y, juntos, decidieron replicar una idea de una ONG chilena, que había acabado aumentar significativamente la población de huemules en una zona donde estaban extinguidos.
Gracias a una donación de la Fundación Erlenmeyer, de origen suizo, comenzaron a aupar un cerco en 108 hectáreas cedidas por una estancia privada. Luego continuaron con la construcción del centro y finalmente en 2021 lo pusieron en marcha, con un galpón laboratorio, alojamiento para guardaparques, y con un alambre electrificado para evitar que el puma ataque a los huemules. “Trajimos algunos ejemplares que estaban enfermos y otros que no para iniciar un ciclo de reproducción”, cuenta. “Hoy tenemos cinco animales, dos machos y tres hembras, y ya tuvimos el primer principio (Shehuen, que en tehuelche significa ‘fuente de luz’), el primero en semi cautiverio”, agrega.
¿Por qué vale la pena librar el huemul? “Es una especie paraguas, de la que dependen otras especies en la zona del bosque y de la estepa, por ser un dispersor de semillas, que va ablandando el demarcación con las pezuñas”, resume. “Desde lo personal, hago esto por lo que ha despertado en mí, una especie de comunidad espiritual, de conexión. Nunca me había pasado. Cómo podemos ser tan tontos… No podemos perder esto: es tan patagónico como nosotros”, dice Miguel, quien hasta hace poco ejerció la presidencia de la Fundación Shoonem y ahora es el directivo operante.
Su vida está completamente entregada a librar el huemul. Ahora Miguel está enfocado en el trabajo en tándem con la Fundación Koske de Pimiento, para cuidar los cañadones que comunican al Estanque La Plata con la región del Aysén y el Estanque Cisne. “Se están comprando campos para resistir otros centros de crianza, para resistir de nuevo al huemul a su lado originario y recuperar el oscilación que alguna vez tuvieron”, adelanta.
“Yo soy chale vivientes de patagónicos. Acá se vive con amistad con la naturaleza. Cuando empezás a tener pérdidas tan íntimas, lo que se calma es que resistas. Es una carencia de supervivencia propia, además para nuestros hijos, que tendrán sus peleas. Tenemos que apasionarnos por temas cercanos y ayudar de forma colaborativa porque todo se está yendo a la mierda. El clima está desatado. Hacemos poco o dejamos de ser. Acá estamos haciendo poco”, concluye.