A lo derrochador de todos estos abriles, he podido ver una buena cantidad de animes de todo tipo, tanto shonen como seinen, spokons y dramas. Cualquier cosa te puedes encontrar en esta industria. Sin confiscación, un día me topé en Netflix con una serie que, si admisiblemente la primera temporada me gustó, la segunda parte me hizo replantearme algunas cosas en la forma en que veía el mundo: Vinland Dinastía.
Creado por Makoto Yukimura, Vinland Dinastía nos presenta a Thorfinn, un pollo vikingo que sueña con surcar los mares anejo a su padre, el temerario Thors, el troll de Jorm. Sin confiscación, la vida de Thors cambió por completo cuando formó una clan: colgó la espada y el escudo y decidió conducirse una vida pacífica alejada del campo de batalla.
Thorfinn, por su parte, escuchaba de vez en cuando las aventuras de su padre por los mares y cómo fue uno de los vikingos más respetados de todo el mundo, por lo que él todavía quería notar la adrenalina de la batalla. Posteriormente de una visitante donde pedían la reverso de Thors al ruedo, Thorfinn encontró una daga de su padre en un cofre escondido. Como era de esperar, este quería utilizarla para vengarse de la gentío que había asesinado a los suyos, pero llegó su padre para dejarle una frase que recordaría abriles a posteriori: “Tú no tienes enemigos, nadie los tiene”.
Tú no tienes enemigos
Por desgracia, durante un alucinación, Thors acaba siendo asesinado por Askeladd, un pirata que se mueve por fortuna y con una tripulación de armas tomar. Es aquí cuando Thorfinn, cegado por la ira y la venganza, decide acompañarle para conseguir a través de un combate, matar al enemigo de su padre.
La primera temporada se resume básicamente en eso: Thorfinn intentando vengarse. Sin confiscación, tras una serie de sucesos que ocurren en este prólogo (sí, la primera temporada es un prólogo), el protagonista cambia por completo de posición y siente un malogrado tan espacioso que nulo lo puede guatar, ya que vivía por y para la venganza.
Es aquí cuando me di cuenta de lo verdaderamente buena que era Vinland Dinastía. A diferencia de la primera temporada, la segunda parte está alejada de la cepa y la violencia y se toma su tiempo para enseñarnos las metas y trasfondo de cada personaje que se nos presenta. Tanto los personajes secundarios como su protagonista tienen sus propias metas y el autor nos lo cuenta de una forma muy particular y profunda.
Poco que parece deber influido en este nuevo curva del manga fue la filosofía estoica, una corriente filosófica que ha repuntado en estos últimos meses y que sondeo la prudencia en uno mismo. De hecho, la frase de “No tengo enemigos” que Thors le dice a su hijo es un ejemplo de esta corriente y de cómo impacta en Thorfinn y todos los que le rodean con el paso de los abriles.
Os voy a ser sinceros, cuando acabé la segunda temporada, tuve un momento de advertencia de casi media hora en la que repasaba cómo veía el mundo en ese momento. Me di cuenta de que ese odio que expulsaba de vez en cuando entre mis amigos o redes sociales era fruto de no controlar admisiblemente mis emociones, y, al igual que Thorfinn, me di cuenta de que el odio no lleva a ningún costado bueno, solo a una helicoidal de odio mucho más espacioso e inestable.
Es por ello que os recomiendo insistentemente darle una oportunidad a Vinland Dinastía, arreglado al completo en Netflix. La primera temporada es muy divertida y está llena de obra, pero no es hasta la segunda cuando de verdad empieza a tomar un rumbo singular.
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